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El fujimorismo, una mala anécdota de la historia

Publicado: 2016-03-17

El gran capital político de Alberto Fujimori, en los noventa, fue su capacidad para “autoconstruirse” como el mediador entre un pueblo hambriento (producto del desastre económico de los gobiernos posvelasquistas hasta ese entonces, en especial el de García, así como por el terrorismo de Sendero Luminoso) y las élites nacionales conservadoras, racistas y antipatriotas.  

El velasquismo liquidó el régimen oligárquico, su poder económico la gran propiedad agraria, sus expresiones políticas, sus partidos políticos y dio un duro golpe a su sentido común aristocrático. Además con el velasquismo se constituyeron como nueva élite de poder económico, los que hoy son los mayores grupos empresariales nacionales, que fusionados con algunas familias sobrevivientes de la vieja oligarquía (que había adelantado su proceso de diversificación dejando como factor principal de sus ganancias la gran propiedad agraria), conformaron la nueva élite burguesa que gobernó con Belaúnde y que multiplicó su capital con las medidas económicas del primer gobierno de García, los llamados “12 apóstoles”, y con los cuales Fujimori, vía la embajada norteamericana, consiguió que se aliaran a su régimen. Los “vladi-vídeos” mostraron como el magnate Dionisio Romero se sentaba con Vladimiro Montesinos en el SIN.

Estos grupos, más las representaciones de las empresas multinacionales (mineras, bancos, telefonía, industrias farmo-químicas, entre otras), sumaron a los militares, a la élite de iglesia católica y las élites de los movimientos evangélicos cristianos, dirigentes de redes empresariales menores, partido políticos de derecha como Renovación de Rafael Rey, y otros actores sociales más, hicieron de ese régimen una “dictadura consentida” que consiguió consentimiento de los sectores populares gracias a la millonaria inversión social directa que manejó Alberto Fujimori, producto del dinero de las privatizaciones de las empresas nacionales y cuanto negocio tuvo el estado, además de su comprobada relación con el narcotráfico (se encontraron toneladas de cocaína en el avión presidencial durante la dictadura).

Fujimori pudo desenvolverse eficientemente y construyó un diseño social (institucionalidad autoritaria) a su medida, una comunidad política con las mismas lógicas políticas (la gran corrupción estatal-empresarial-militar) e impuso mediante una dictadura un nuevo contrato social a favor del capital transnacional y generó la transformación del estado en un aparato político-administrativo ausente de la esfera pública y toda discusión del devenir social, del mercado y reduciendo toda función política de dirección social.

El fujimorismo nunca construyo un proyecto nacional, eso fue su gran error, se adhirió al proyecto de globalización neoliberal de las élites capitalistas norteamericanas. Si hubiese tenido un proyecto político que intentará constituir la “nación peruana”, el sueño de los intelectuales del siglo pasado, el fujimorismo se asemejaría más al peronismo argentino que puede pasar de derecha a izquierda con facilidad, ser representante de la nación argentina y ser un gran frente pluriclasista. Sin proyecto nacional popular el fujimorismo, ni ninguna organización política tiene perspectiva histórica. Alberto Fujimori fue un improvisado, que asumió una nueva relación política, a pocos días de su victoria electoral, con los intereses de la burguesía internacional. Nunca generó un discurso político histórico responsable, su control político lo ejerció a través de los mass media, compró a casi todos los dueños de los medios de comunicación masiva, aparecieron vídeos de ellos también en la sala del SIN. Ellos dirigidos por Montesinos, con un ultra-pragmatismo, llevaron a cabo una estrategia comunicacional donde exhibieron programas como: los cómicos ambulantes, chismes íntimos de personajes de espectáculos y bochornosos shows mediáticos, además de la creación de diversos diarios amarillistas baratos con expreso contenido pornográfico (como “El mañanero”); compraron periodistas para favorecer al régimen (que hoy intentan fungir de grandes demócratas), la suma de estas acciones les permitió estabilidad social y ausentó la política de los sectores populares, adormeció políticamente a la población, redefinió la política como competencia y ejercicio de los cargos públicos y sus formas de acumulación económica y de poder. Mediante programas clientelares constituyeron grandes redes de representación popular con dirigentes de los comedores populares, de asentamientos humanos y de las comunidades campesinas.

El caos de los ochenta generó el fujimorismo y permitió la implementación del neoliberalismo. Mucha gente, de sectores populares urbanos, entiende que el fujimorismo neoliberal les ha permitido la sobrevivencia familiar y el “éxito” económico. Sin embargo, lo que hizo Fujimori fue permitir el desarrollo del sector informal como estrategia de inclusión económica dentro del mercado capitalista. La evolución de estas nuevas relaciones sociales informales, se reconoció en la literatura sociológica como el surgimiento de “sectores emergentes”. Este el espacio social es donde mayor respaldo electoral obtiene hasta hoy el fujimorismo.

Y en un país como el nuestro, que históricamente esta tan fracturado, fragmentado y dividido cultural, social y económicamente, las muertes de los “otros” (en los casos de lesa humanidad por los cual está sentenciado Fujimori) no ejercen valoración negativa sobre un régimen, si este puede garantizar el éxito individual o familiar. Es por ello, que la gente valora más sus mejoras en sus esferas vitales antes que la garantía de derechos de todos en la sociedad. Y esta brecha estructural es funcional para la constitución de proyectos caudillistas, populistas y dictaduras, que son más fuertes cuando coinciden con momentos donde el miedo se apodera del pueblo y limita su ejercicio de libertad.


Escrito por

MARCO SIPAN

Sociólogo con Posgrado en Estudios Políticos en la UNMSM. Investigador social y especialista en política electoral


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