Oportunidad populista
Un momento de ruptura política
Nos estamos dando cuenta, que los oligarcas neoliberales, agrupados en la CONFIEP no tienen capacidad de impulsar un nuevo contrato social, cada cosa que arman para intervenir en el juego político a los pocos meses se les cae. Les cuesta cada vez más esconder la crisis estructural de su modelo. A través del monopólico grupo «El Comercio» impulsan hoy una campaña de “lucha contra la corrupción” en los medios, sin cuestionar el andamiaje jurídico y económico que sostuvo el accionar estatal: la constitución fujimorista del 93. Como a finales del año 2000, van a sacrificar a algunos de sus políticos y jueces, incluso militares, para salvar a los jefes de los grandes grupos de «Poder Económico» como los Graña, implicados en gigantescos sobornos de altos funcionarios para conseguir millonarios negocios con el Estado, un claro ejemplo de cómo opera la «Oligarquía» en el Perú.
Sin embargo, el momento de caos que vive nuestras instituciones sobrepasa la mera indignación por la corrupción. Ningún sistema político es estable sino ha logrado un cierto equilibrio con las demandas de la población. Los gobiernos del post fujimorismo al continuar gestionando la dictadura neoliberal, no pudieron cumplir con ello, siendo los primeros responsables de una de las crisis más grandes de credibilidad del sistema político.
La incertidumbre sobre cómo se dará solución a tal situación y la lentitud de las acciones por parte de los principales actores del sistema político generan el rechazo a la política estatal de muchos sectores sociales que se ven afectados como: los damnificados por el niño costero, los campesinos, las comunidades, los maestros, los médicos y enfermeras, poblaciones víctimas del fríaje en el sur, los trabajadores de construcción, los ambulantes, las diferentes organizaciones populares, ambientales y religiosas, entre muchos otros más. Sin embargo esta indignación de la mayoría de la población, no tiene como intervenir en la gestión pública, se siguen cometiendo los abusos, sin que el pueblo pueda opinar sobre ello.
En ese sentido las reformas internas en el «Estado neoliberal oligárquico», que intenta impulsar la derecha “pituca” y la izquierda “caviar” se revelan ilusorias, pues el actual desprestigio de lo político y la extrema desigualdad en distribución de la riqueza nacional, son fuertes impedimentos para ensanchar la participación de la gente dentro de este régimen político actual, es decir las transformaciones escapan al marco constitucional vigente.
La experiencia latinoamericana contemporánea y nuestra historia política en el siglo XX, nos proyectan que ante situaciones similares, es muy probable que «in-surja» un líder que por fuera y contra el aparato institucional convoque a las masas a la acción política contenciosa.
Las diferentes demandas hacía el Estado durante las últimas décadas fueron movilizadas por grupos sociales fraccionados que no lograron articular un agrupamiento de demandas a un mismo nivel, por lo tanto, fueron incapaces de enfrentar al Modelo en su totalidad. Hoy con las denuncias a políticos y funcionarios por el caso «LavaJato», la renuncia del presidente PPK, el blindaje fujimorista en el parlamento y el descubrimiento de toda una red de corrupción en el sistema de justicia, dan cuenta de un momento donde la concentración de diversos conflictos en un solo espacio-tiempo recalientan los soportes de la Constitución del 93. Y la idea de «Que se vayan todos» va sobreponiéndose a las demandas específicas.
La actual acumulación de las demandas de la gente, puede abrir pasó a la emergencia de fenómenos populistas tanto de derecha como de izquierda. Todo proyecto populista ensancha la participación política de las masas populares. Para que se produzcan estos proyectos deben generarse momentos simbólicos de definición contrahegemónica, es decir: tiene que haber una aparición pública negando al establishment, aprovechando el abismal vacío de representación existente y apelando a un enfrentamiento sistémico y radical.
En el populismo de izquierda, el momento de la constitución del pueblo como voluntad colectiva, es un momento indispensable, que no surge por las buenas iniciativas de los actores contenciosos. Es el momento en el cual la identidad del pueblo se ve unificada simbólicamente en la identificación del adversario, del enemigo. Es el establecimiento de una lógica dicotómica: «Si el enemigo es la Oligarquía, nosotros somos el pueblo». Las demandas de cada sector se van alejando así, del petitorio al gobierno, estado o autoridad, para ir avanzando en el diseño de un nuevo consenso, es decir se va construyendo un «nuevo sentido de pueblo».
La ruptura populista, es una transición y es el proceso deconstituyente de la dictadura neoliberal, y se expresa a través de la extensión y reafirmación de la intervención estatal, en tanto que en el “clientelismo” genera un nuevo poder social que sustituye el poder de las elites oligarcas.
«El significante vacío» dice, Ernesto Laclau, es un nombre no un concepto. Y constituye al movimiento populista como singularidad y nada más «singular que un nombre propio, lo que explica el rol del líder». En su nombre se cristaliza la unidad del movimiento. No es que el líder sea el origen del movimiento sino que sin ese punto de aglutinación el movimiento no podría forjar Unidad, se dispersaría, por eso en nuestra historia hemos visto que los más significativos movimientos de masas, asumieron los apellidos de sus lideres, para identificarse como: billinghuristas, odriísmistas, velazquistas o fujimoristas. Esta proyección populista trastoca el proceso de ideologización marxista-leninista de mucha gente que se identifica como antisistema. Pero la unidad ruptural, es decir la participación conjunta de todos los actores contenciosos al establishment, es algo excepcional en América Latina. Por eso, que se reafirma la tesis de que más allá de buscar la Unidad y los consensos de las organizaciones políticas contestatarias, se debe potenciar la articulación de la mayoría con acciones colectivas que luchen por un paquete de demandas, cada cual con la misma importancia, dentro de una demanda mayor y más abstracta, que envuelva a todos.
En las condiciones descritas en este texto nos damos cuenta que hemos entrado en una situación pre-populista, y es válido verla como oportunidad. Si la Oligarquía ha utilizado el populismo por más de un siglo como lógica política, hoy las fuerzas políticas Emergentes, de carácter popular, pueden aprovechar esta estructura de oportunidades para un populismo contencioso, anti-oligarca y anti-neoliberal.