PERÚ ESTÁ ROTO: NUEVA CONSTITUCIÓN COMO SALIDA AL COLAPSO ESTATAL
Análisis de la última encuesta global de Ipsos sobre populismo y percepciones del sistema político
El reciente informe global de Ipsos sobre populismo y percepciones del sistema político, publicado el 6 de junio en su web https://www.ipsos.com/es-pe/informe-sobre-populismo-de-ipsos-2025, coloca a Perú entre los países con mayor insatisfacción política, demanda un análisis más profundo que el simplismo habitual de los medios limeños. No estamos ante una simple "ola populista", sino frente a la confirmación empírica de un país institucionalmente devastado, emocionalmente hastiado y políticamente al borde de una ruptura.
Este informe, aunque global, también traduce de manera brutal la rabia contenida en los pueblos de las regiones del sur, regiones que han sido históricamente marginada por el centralismo limeño y que desde hace décadas se vienen expresando, con paros, bloqueos, marchas y su absoluto repudio a una clase política desconectada. No se trata solo del Congreso o del Ejecutivo: se trata de todo el régimen de poder (el llamado establishment) anclado en la Constitución de 1993, en los intereses de una elite económica rapaz y en la impunidad de los políticos que se reciclan elección tras elección, cambian de partidos o inventan otros, e incluso contaminan a nuevos políticos para que defiendan lo mismo.
Cuando el 76% de los peruanos dice que el sistema está roto, no habla solo de frustración. Habla de traición. Cada promesa incumplida —de salud, educación, agua, trabajo digno, seguridad, justicia— ha alimentado un vacío de representación que ahora amenaza con volverse abismo.
Luego de este estudio global, muchos analistas miraran con alarma que el 57% de peruanos apoye a un líder que “rompa las reglas”. Se apresuran a hablar de comunistas, fascistas, de populismo irresponsable o que el pueblo tiene nostalgia por dictaduras. Pero lo que deben entender — y no quieren — es que el “autoritarismo” al que se aferra la mayoría no es otra cosa que la exigencia de acción concreta frente a un Estado paralizado y corrupto.
El pueblo no quiere mano dura para reprimir, quiere manos firmes para gobernar. No busca caudillos mesiánicos, busca un liderazgo que confronte directamente al poder económico que capturó al Estado. Y eso, lamentablemente, hoy está fuera del radar de cualquier opción política que provenga de los defensores de la constitución fujimorista del 1993.
Otro hallazgo clave del informe Ipsos es el nivel altísimo de nacionalismo en Perú: el 84% cree que hay que haber nacido aquí para ser “verdaderamente peruano”. Lejos de ser un reflejo chauvinista, esto muestra una búsqueda desesperada por defender una identidad vulnerada, sobre todo frente a un modelo neoliberal que durante 35 años ha entregado sectores estratégicos del país a capitales extranjeros, mientras precarizaba a millones de trabajadores.
El nacionalismo que emerge desde abajo no es excluyente; es defensivo. Es una forma de decir: "este país es nuestro, y lo estamos perdiendo, nos están quitando la vida, nos están quitando los frutos de nuestro trabajo".
El estudio también revela que un 81% de los peruanos cree que el sistema económico está diseñado para beneficiar exclusivamente a los ricos y poderosos. Esta información no es una opinión aislada ni producto de discursos radicales: es una percepción transversal que confirma el divorcio total entre el modelo económico vigente y las necesidades del pueblo. Frente a ello, el cambio constitucional no es un capricho ideológico, sino una urgencia democrática.
Y ante esta tormenta perfecta —descontento masivo, desprestigio del Congreso y el Ejecutivo, desafección con el Estado, percepción de decadencia nacional— la salida no puede ser superficial. No basta cambiar presidentes ni reformar artículos. La voz de la mayoría de peruanos apunta a refundar el pacto social, lo que exige es una Nueva Constitución nacida de un proceso constituyente democrático, popular y deliberativo.
Sí, debe ser largo. Sí, debe ser técnico. Pero sobre todo debe ser legítimo. Porque solo así se podrá reconstruir la confianza, reorganizar el Estado, redistribuir el poder económico y garantizar derechos que hoy están subordinados al mercado.
El Perú que muestra la última encuesta global de Ipsos sobre populismo y percepciones del sistema político no es un Perú confundido. Es uno que ha entendido perfectamente que el sistema actual ya no funciona. Que no se puede vivir con salarios de hambre, con escuelas que se caen, con policías que matan a protestantes, con fiscales que encubren delincuentes, con parlamentarios que legislan a favor organizaciones criminales y con tecnócratas que hablan de estabilidad mientras la gente agoniza en colas por atención médica.
Este país está gritando cambio. Y lo está haciendo desde abajo, desde los márgenes, desde las provincias, desde los que no tienen nada que perder. El miedo al populismo que tienen las élites es en realidad miedo a perder sus privilegios.
Hoy más que nunca, el reto de las fuerzas progresistas es organizar ese descontento, dotarlo de contenido político claro, y traducirlo en un proyecto constituyente que recupere el país para su gente.